Viernes 5 de Septiembre de 2025

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OPINIÓN

5 de septiembre de 2025

El valor de ser creíble

El valor de ser creíble

La democracia, por lo tanto también la política, exige entre sus bases valores indiscutibles, uno de los cuales es, sin dudas, la credibilidad.

Y no sólo la democracia como sistema. También el ser instituciones de bien, organismos de bien y, por supuesto, personas de bien.

Ser creíbles es una condición, además, que lleva consigo otros valores, como el respeto, la coherencia y la sinceridad aunque algunas veces la consecuencia a pagar sea el prejuicio y la crítica de algunos que a la vez que son tolerantes consigo mismos, ejercen una curiosamente notable rigidez con los demás.

Es así que, por ejemplo, los medios de comunicación y los comunicadores serán creíbles no tanto por lo que se diga sino por sostener, a partir de allí, la calidad de saber respetar, ser coherentes y sinceros en la búsqueda del bien común y no de algunos.

Así de simple, aunque parezca exagerado y hasta naif.

Lo mismo en lo empresarial, en la Iglesia o en lo comercial.

Como país estamos careciendo de credibilidad.

Y hace ya muchos años, por lo tanto muchos gobiernos.

Es que cuando se instrumentaliza la mentira como herramienta para justificar la corrupción en nombre de los intereses de la Patria, es que, como decía mi abuela Electra, se ha perdido hasta le vergüenza… y de allí es muy difícil volver.

Ejemplos de gobernantes, funcionarios, políticos, dirigentes, empresas y periodistas faltos de credibilidad, existen para hacer una lista tan extensa, como de ciudadanos de a pie que justifican su capacidad de sacar ventajas –por ejemplo evadiendo impuestos, precarizando puestos de trabajo, etc.- en la escasa credibilidad de “los de arriba”.

Por ejemplo el discurso de que la inflación está bajando y el aumento de pobres es contradictoria en un país que se precie de ser demócrata. Allí algo no huele bien y se hace difícil de creer.

O que las campañas políticas contengan más menciones del contrincante de turno que propuestas donde las personas sean el centro de interés para acceder a espacios de gobierno, grita en silencio que hay algo poco creíble.

Normalmente cuando dejamos de ser creíbles nos refugiamos en el victimismo.

Y una de las consecuencias es la disociación, es decir que tratamos de autoconvencernos de que somos uno cuando estamos en familia, otro en el trabajo, otro en la simpatía política, otro al tomar un café y otro mirando un partido de fútbol.

Sin credibilidad la democracia tiende a desaparecer como forma de gobierno, imperfecta sí, aunque abarcativa de todas las personas, es decir sin renunciar a su inicial motivación de buscar el bien común.

Fuente: Cadena 3

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